Richard Tucker fue indiscutiblemente uno de los tenores más destacados del mundo. Después de comenzar su carrera musical como cantor en la sinagoga más prestigiosa de Nueva York, pasó a reinar durante la edad de oro de la ópera como una de las superestrellas del Metropolitan Opera. El evento de celebración de la increíble vida y carrera de uno de los mejores tenores de Estados Unidos presentada por el biógrafo James A. Drake y por uno de los hijos de Tucker, el doctor David Tucker, nos lleva por un recorrido íntimo que destaca la vida y la carrera de este artista sin precedentes.
Acompáñanos el martes, 14 de mayo desde las 11:00 am hasta las 12.30 pm en esta mirada personal de uno de los cantantes de ópera más celebrados, con entrevistas de archivo de Richard y de Sara Tucker y con imágenes de actuaciones memorables, incluido “E lucevan le stelle” y “Vesti la giubba”.
Muy nostálgico regresar a la segunda casa de mi padre este año. Estate atento para más información.
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https://www.metguild.org/MOG/For_The_Community/Lectures/Musical_Chairs/Special_Events.html
De orígenes humildes en el Lower East Side de Nueva York a ser un aclamado Jazán y, más tarde un tenor de ópera internacionalmente reconocido. La vida de Richard Tucker tendió puentes entre diferentes círculos sociales y religiosos. Algunos ejemplos profundos son: recibir su primer doctorado honorario de Notre Dame en 1965 de parte del reverendo Theodore Hesburgh; ser seleccionado para cantar el Panis Angelicus en latín en el funeral de Robert Kennedy en 1968 en la Catedral de St. Patrick; ser el primer y el único artista en tener un funeral en el escenario del Metropolitan Opera House el 10 de enero de 1975, y ser el primer judío en tener una misa de réquiem oficiada por el Padre Hesburgh en la Catedral de St. Patrick el 14 de octubre de 1975.
Estoy muy orgulloso de ser uno de los tres hijos de Richard Tucker y de haber tenido un padre que era mucho más grande que la vida. Un hombre que vivió el sueño americano y que tuvo el honor de cantar para cinco presidentes estadounidenses en la Casa Blanca.
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Richard Tucker visitando a los soldados israelíes heridos durante la Guerra de los Seis Días en 1967.
Richard Tucker fue un gran tenor estadounidense y una estrella internacional de la ópera, además de ser un sionista orgulloso. Su amor por Estados Unidos y por Israel fue manifestado al actuar no sólo para las tropas estadounidenses en Vietnam (1967), sino además para las FDI en Israel durante la Guerra de los Seis Días en 1967. ¡Muy admirable!
El amor de mi padre por su país y su pasión por el naciente Estado de Israel influyó y moldeó verdaderamente mi vida al crecer en la familia Tucker. Posteriormente, he intentado inculcar esas cualidades en mi familia a través de la filantropía y de adherirme a los valores judíos tradicionales.
Los placeres sencillos de la vida pueden ser más apreciados y acentuados cuando uno se enfrenta a una experiencia seria y macabra. Por ejemplo, un bonito amanecer, una conversación con amigos o con personas queridas, la satisfacción de un trabajo bien hecho, prepararse para el día por sí mismo o incluso despertarse alerta una vez más.
Como residente de último año de oftalmología, me enfrenté con un desafío que amenazaba mi vida. En 1972, me ingresaron en un hospital universitario en Miami con una enfermedad aguda sin diagnosticar con una parálisis progresiva y sin nada más que opciones médicas inciertas. No existían las resonancias magnéticas ni las tomografías, por lo que todos los médicos que me trataron tenían opiniones divergentes. Elegí seguir el consejo de un experto médico del departamento de neurología, quien nos explicó a mí y a mi familia que su tratamiento poco ortodoxo me estabilizaría y curaría mi parálisis o me mataría inmediatamente. Incluso, indicó a mi mujer que, entre los varios desenlaces, una vida con respiración asistida era una posibilidad.
Esa noche estuve acostado en la cama con un kit quirúrgico preparado para una traqueotomía en caso de que mi respiración fallara.
Al despertarme a la mañana siguiente, miré a través de mi ventana hacia un cálido y hermoso día soleado. En el alféizar estaba mi compañero de habitación del hospital, un joven residente de neurología que me acababa de mirar. Lo habían ingresado con un melanoma metastásico y estaba recibiendo tratamiento. Me sentía tan emocionado por estar respirando por mí mismo que expresé instantáneamente mi felicidad al ver un simple día soleado. “Sólo para ti”, fue su triste y melancólica respuesta.
La luz puede tener diferentes significados para las personas, para mí es parte de la “creación” y el comienzo de un día nuevo y positivo.
No tuve la oportunidad de despedirme de mi padre antes de que muriera repentinamente el 8 de enero de 1975. Tenía programado un concierto en Kalamazoo, Michigan, con su especial amigo y compañero, el gran barítono Robert Merrill, pero ello no sucedió debido a su prematura y repentina muerte horas antes de la presentación.
Su funeral en el escenario del Metropolitan Opera House en el Lincoln Center, al que asistieron cuatro mil dolientes fue singular, un testamento de su larga y celebrada carrera como tenor principal durante más de 30 años. Un obituario en primera página en el New York Times y varios reportajes grandes conmocionaron al mundo con la noticia de su muerte prematura. No hubo tiempo inicialmente para que mis dos hermanos y yo, y lo que es más importante, mi madre, realizáramos el duelo de forma privada, ya que el trágico anuncio fue muy público.
Mas después del ritual de Shiva en casa de mis padres en Great Neck, Long Island, regresé a mi casa de Cincinnati, Ohio, en un gélido día de invierno acompañado por mi esposa y por mis cuatro hijos. Una vez en casa, experimentamos un acontecimiento “paranormal” al llegar a la puerta principal. Con temperaturas heladas, con nieve y con hielo en el suelo, encontré a un petirrojo muerto en el dintel de la puerta, junto con una fresca rosa roja en floración sobre un montón de nieve, justo detrás del pájaro muerto. Siempre había una rosa en el camerino de mi padre; el petirrojo era su pájaro favorito; y el color rojo era un emblema de su apodo, Ruby.
En ese momento, cuando mi esposa me preguntó qué significaba todo eso, sólo pude responderle que “el petirrojo y la rosa eran recordatorios benditos de que mi padre moraría en mi casa y en mi corazón para siempre”.
Me han dicho muchas veces que soy un excelente narrador, por eso, siempre atraje un gran interés y entusiasmo cuando las personas me preguntaban por mis experiencias de vida con mi icónico padre. Esta biografía es un testamento de la extraordinaria vida que vivió mi padre y de la increíble carrera que me ayudó a perseguir. Mi historia arroja luz sobre el mundo de la ópera, sobre el largo camino hacia una carrera médica, sobre la importancia del trabajo duro y de los golpes de suerte y sobre la historia de los judíos americanos.
Sin embargo, esta fascinante historia necesitaba un escritor especial para captar mi sentir y para revelar el conflicto de voluntades entre un padre famoso y su ambicioso hijo mediano. Después de probar con varios escritores, finalmente encontré a Burton Spivak, una persona talentosa. Fortuitamente, conocí a Burton en el campo de golf de mi club en Connecticut. Él logró realizar una narración con gran detalle y con una prosa elegante, convirtiendo la historia en una guía compasiva y honesta para hombres y para mujeres, para jóvenes y para mayores, la cual trata sobre la confusión y el amor en las relaciones entre padres e hijos.
Aunque el libreto era mío, Burton fue mi Puccini en su expresión.
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Sin los excepcionales profesores que tuve en mi vida, El Duro Trato no habría sido escrito. Tuve el privilegio de estar expuesto a algunas de las mentes más brillantes y académicas que moldearon mi carrera, pero también tuve la suerte de ser el hijo de Richard Tucker, quien me enseñó algunas de las lecciones de vida más valiosas.
Hubo cuatro personas que sobresalieron por encima del resto. La primera fue la Sra. Grace Warner, mi profesora de la escuela primaria en Great Neck, Long Island, quien tomó a un niño con problemas y le inculcó el don de aprender. Ella estableció un rumbo que se quedó conmigo durante toda la vida. El segundo fue el doctor John McLean, jefe del Departamento de Oftalmología de la Escuela de Medicina de Cornell, quien irónicamente era un gran fan mío cuando cantaba en numerosas cenas de Cornell. Aunque se entusiasmaba con mi talento vocal, fue quien influyó en mi decisión de convertirme en oftalmólogo. Luego llegó el doctor Edward Norton, profesor y presidente del Instituto Oftalmológico Bascom Palmer en Miami, Florida. Él me puso el listón más alto en cuanto a excelencia y a ética en la práctica de la oftalmología con mis pacientes.
Dediqué mi biografía, El Duro Trato, a mi padre, quien fue mi mayor mentor. Lo que pensé que era indiferencia paterna cuando era joven, ahora lo reconozco como el amor firme de un padre que resultó ser, para mí, la sabiduría paterna.
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Doctor David Tucker
Crecer en Brooklyn con el viejo equipo de béisbol de los Dodgers en Ebbets Field fue muy emocionante y una gran parte de mis primeros años de vida. ¡Era personal! Vivíamos y respirábamos béisbol, a pesar de que nuestro campo de béisbol, nuestro diamante estuviera pavimentado con cemento y tuviera tráfico en dos direcciones en momentos inoportunos. En nuestra versión del juego, las alcantarillas de las calles eran los límites y los bordillos eran las bases. Nuestro juego equivalente era el ‘stick-ball’ o el ‘punch-ball’. Dormíamos con los guantes de béisbol doblados y bien lubricados y soñábamos con ser héroes de los Dodgers. Para mí y para mis amigos de Brooklyn, el movimiento de los derechos civiles comenzó con el segundo base, Jackie Robinson, a finales de los años cuarenta, mucho antes de que nuestro gobierno aprobara finalmente la ley histórica de 1964.
Durante el comienzo de mi juventud en Brooklyn, fui bastante agresivo y me metí en muchos problemas. Me expulsaron de la escuela parroquial (Yeshivá) por golpear a un profesor, me involucré frecuentemente en peleas a puñetazos con otros niños y la policía visitaba nuestra casa a menudo para entregarle a mi padre quejas sobre mi comportamiento. Como mínimo, fue un comienzo extraño para alguien que con el tiempo se convertiría en un médico respetado y responsable.
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Mi camino para convertirme en médico fue dirigido al inicio por mi padre. Inconscientemente, cuando joven, no me di cuenta de que la indiferencia paterna resultaría ser, sabiduría paterna. Mi historia es una saga complicada, pero universal, entre padre e hijo. Lo que fue especial en la narrativa fue que mi padre, Richard Tucker, era una figura icónica, un tenor de ópera legendario. Mi ambición era seguir sus pasos hasta un escenario de ópera, pero su visión para mí era que me convirtiera en médico. Crecer con ese poderoso hombre no fue fácil y, a veces, fue, incluso, humillante. Nuestro conflicto de voluntades fue tanto frustrante como hilarante. Esa odisea de música y de medicina se jugó en varios escenarios alrededor del mundo, pero al final, el último acto reveló mi destino verdadero.
En mis años formativos, mi familia vivió modestamente en Brooklyn, Nueva York, donde mi padre ocupaba el apreciado cargo de cantor en el Centro Judío de Brooklyn y donde el rabino Israel Leventhal era su renombrado líder espiritual. Sin embargo, una vez que mi padre llegó a la Metropolitan Opera Company en 1945 como tenor principal y se convirtió en una superestrella internacional, nuestras vidas cambiaron dramáticamente. ¡Fue CAMELOT! Ir al Met y ver a mi padre actuar, observar sus múltiples apariciones televisivas, viajar con él a muchos países, tener invitados ilustres en nuestra mesa y acompañarlo a visitar la Casa Blanca, donde cantó para cinco presidentes estadounidenses.
Entonces, ¿era poco razonable creer que podía seguir sus pasos?
Estate atento para saber más sobre mi biografía, El Duro Trato